Sunday, March 19, 2006

COCHINÁ TRES







Siempre desconfié de tus razones para “gorriar” a tu marido. Siempre me enrostrabas curiosamente las encuestas que hablan de que en Chile, más del 65 % de las mujeres casadas son infieles, entonces para qué ser la excepción. Que nos conocíamos hace tiempo, que yo te divertía, que yo te producia un extraño cosquilleo.
Mas a mis brazos llegaste por otras razones. No fueron las estadísticas sin duda ni todas las anteriores razones. Tampoco el aburrimiento, ni la “noia.”
Fue la curiosidad de saber cómo era-que-era-esto de acostarse con otro hombre después de haberlo hecho solamente con Roberto: uno en tu vida.
El conejillo de Indias-habías decidido- iba a ser yo. No puse demasiados obstáculos para tu conquista. Cuando quiero ser seducido soy el más puto de los hombres. Sin mediar siquiera una piscola.
Así lo nuestro nació premeditado, meditado, acotado completamente en primera instancia. Habiendo activado la espoleta de la bomba de tiempo de nuestra separación. Hasta ese límite llegaríamos: tú no te separarías, ninguno de los 2 se enamoraría. De lo subrepticio lo más subrepticio. La etiqueta decía: Plazo de vencimiento: 2 meses.
Entonces, todo clarito, partimos a la cabaña de la playa.
Tenías la finura de la mujer de mundo que ha recorrido fronteras que ha traspasado fronteras. El único restaurant del lugar nos recibió cómplices. Tantas hojas de los pinos costeros que habían caído sin ti. La chimenea prendida estrepitosa, ominosa nos sentamos pegaditos a ella. Serían las 20:00 hrs. Ya empecé a sospechar que algo tenías que ahuyentaba mis soledades, yo tan compuesto. Era la conversación tan fluída. Era la comodidad del viaje instantáneo tan monótono en otras ocasiones. Era además el desparpajo con que escogiste las rosas en la florería de tu esquina, antes de salir, arriesgando la presencia de él y tus hijas. A media cuadra de tu casa, mujer arriesgada, decidida, valiente.
“ Tengo que reconocer que me sorprendió el amor...”- cantaba Montaner en la radio del auto.
A ti por todos lados te afloraba la filosofía de que: “Ya que estamos en esta aventura juguémosnos por ella”. Ese desembarazo que te afloraba por todos los poros. Tanto que cualquiera que no nos conocía pensaba éramos directamente marido y mujer. Así nos trató el dueño del lugar, así el camarero. “Señora”. “Mi señora”. Tiempo atrás estaba acostumbrado a escuchar ese sustantivo. Hoy entre que me agradaba y me desagradaba. Comimos y tomamos rico. Tú sí sabías beber. Aperitivo, vino de clase, bajativo por cuenta de la casa. Al final se me ocurrió, canchero, invitarte a “bajar la comida” por la orilla de la playa. Aún no nos besábamos. Para qué. Caminamos de la mano, llenándonos de la fuerza del mar que íbamos a necesitar, de la oscuridad de la noche playera que debíamos traspasar, de lo inasible de la arena que debíamos provocar. Una hora así, que es más que una hora así, mi señora, transcurrió rauda. En un instante y jugando te lancé a tierra que es un decir porque es arena. Pensé te enojarías quizá. No en vano tenías 40 y a esa edad una mujer casada no hace esas cosas. Pero no, fíjate, no te enojaste. Es más, reíste destemplada, juguetona. Ya era hora empezaran a hacer efectos los tragos bebidos. Era necesario pues allí estabas, a kms. de tu esposo, de tus hijas, de tus ritos y de sus rezos. En mis brazos, recogiendo a otro hombre, desconocido de biografía pero íntimo de sentimientos. Tomándolo decididamente. Tuve que hacer un alto en la vorágine. No se arrienda una cabaña para terminar haciendo el amor por primera vez en la playa.. No diré que fue un stop fácil. Yo más duro separándote tú implorando intimidad yo sagaz renuente por el momento.
El camino hasta el auto-la-cabaña fue muy intenso, muy de ti. Muy de mi. Nos esperaba la mucama, tú le diste todas las indicaciones que una señora da una mucama en esas situaciones, incluyendo modo, hora y tamaño de desayuno, como si me conocieras.
“Y la gloria se puede alcanzar” - continuaba Montaner, seguramente en un especial playero. La cama ancha y profunda como el mar. Sacamos hoja por hoja los cubrecamas, las colchas, las frazadas – no sé para qué tanto cuando había una buena calefacción, recuerden era invierno.
Por mi parte te saqué hoja a hoja el chaleco (el abrigo quedó en el porche), los pantalones, la blusa azul marino, los panties color piel, el calzón, el sostén, los anteojos, los aros, las pulseras, los anillos, las cadenillas, los granos de arena que se te pegaban producto del sorpresivo empujón, tus simbólicas cadenillas de oro mucho oro regalo de él que me habías asegurado nunca te sacarías, y los zapatos.
Desnuda eras, por cierto, el mejor espectáculo que se puede imaginar. Un cuerpo perfecto. Al decir perfecto digo extrema proporción entre el todo y las partes y entre las partes y el todo. Ya te estremecías ya te mojabas ante el embate por el momento de mis manos y mi boca por tu cuerpo, previo al estrépito de la penetración que fue como un bautizo ruidoso. Nada puede ser más grato para un hombre que la sensación y la acción de entrega en una mujer, tu mujer. En este caso, mi señora. Mi cochina señora, sedienta de caricias indefensa.
Y así fue, pecaminosa, que pasaron muchas noches, muchos embates, muchas alegrías. Tú, abierta a los juegos, todos los juegos, al menos los juegos que inventaba para saciar tu curiosidad. Hasta que tú misma los inventabas, los re-inventabas, te reías jugosa, gustosa de verte haciendo lo que hacíamos, de sorprenderte-sorprendida de lo que eras capaz y no habías desarrollado, de jugar en pelotas ante la mucama de tantos moteles, de tocarme el pene en público y aceptar te tocara los pezones en público, bajo-las- blusas-todas-las-blusas las veces que se me antojaba –que eran casi todas las veces. De frecuentar dichos lugares sin prendas íntimas para permitirme el sobajeo y luego la penetración de mis dedos, de las manos, de los pies.
Hoy a un año de la fecha de vencimiento no respetada, lo que implica un año dos meses juntos, recuerdo con mucha pena precisamente esa primera noche porque ni tú ni yo fuimos capaces de respetar nuestras racionales promesas. Esas inefables promesas que se hacen tan solemne pero tan desaprensivamente cualquier tarde de la vida porque creemos que nunca nos pasarán la cuenta.
Por todo ello por cierto es que no tengo cara hoy día – que es su cumpleaños - de enfrentar a Roberto, tu esposo, mi amigo, postrado-confiado en esa silla de ruedas, como hace 8 años.

Sunday, March 05, 2006

COCHINÁ DOS: TU PARTNER...TU MEJOR AMIGO.




Todo estaba planificado para hacer de ese viernes un viernes agradable y tranquilo. Me avisaste tipín 16:00 a mi oficina que el encuentro corría en tu departamento. Íbamos a ser los 4 previstos: tú, tu partner Emilio, una mina para él y yo, tu polola. Que llegara más temprano para ayudarlos.
Eso hice bien arregladita, porque en estos de los viernes una nunca sabe en qué se puede terminar. Llegué a Carlos Antúnez 1890, depto 36. Se trataban bien estos locos. Hermoso departamento, si bien no lujoso, mucho más ostentoso que el pequeño mío de Alonso Ovalle. Una suite para cada uno de Uds., ambos ingenieros civiles industriales de buen apellido, amorosos, lindos, tú más romántico eso sí que fue lo que hizo se inclinara la balanza a tu favor aquella tarde de invierno en el sucio Bahamondes en que ambos competían por mi al calor de varios terremotos, unos pitos y unas chorrillanas. Les gustaba a Uds. eso de frecuentar lugares populares, y no desentonaban a pesar del linaje.
Apenas llegada me di cuenta de dos cosas: que la Romina no podría venir y tu partner quedaría solito y que estabai más bajoneado que lo habitual. Ésa es la particularidad tuya que menos me agrada, que no entiendo. Para resolver lo de Romina intentamos varias movidas con varias de mis amigas todo-terreno y algunas de Uds., pero no se pudo arreglar nada. Tendríamos que ser los tres no más. Eran a todo esto ya las 21:30 hrs. de una noche excepcionalmente calurosa. Yo andaba con jeans shorts cortitos tirilludos, la guatita al aire y una polera estrechísima. Es decir de acuerdo a tu solapada crítica, mostraba todo lo mejor en un solo “combo”. Emilio me miraba harto, más que tú que te sentías con el territorio conquistado. Comenzaste a chupar rápido. Tres piscolas a las 22:30, pa pasar la pena, es decir en una hora, es harto. Yo mucho más mesurada porque venía saliendo de una colitis de miércoles, al igual que Emilio, aunque él por cartucho pa los tragos. Cuico cartucho.
- Oiga compadre, ¿se da cuenta que rica está mi mujer?, tú entonado.
Emilio riendo y haciéndose el loco, incómodo, dando vueltas las carnes. Yo, normal, hacendosa, preparando las ensaladas sin mucho condimento.
- Putas, no nos resultó ese negocio en las puertas del horno, por la cresta! Con eso me arreglaba al menos por tres años! Te lamentabas.
Emilio distraía la atención hablando del Festival de Viña y el otro Lagos o las pechugas de la Myriam. Yo aprovechando de tomarme la primera copa de chardonay bien heladito. Como me gustaba. “Lo puse en el freezer una hora para ti.” Dijo Emilio, cariñoso el amigo.
Tú insistías: - Chucha, si la weá resultaba nos hubiéramos podido ir al Caribe quince días, negrita rica. Me cargaba que me llamaras “negrita” cuando soy media rubia. Siempre lo consideré impersonal. Yo picada te decía también “mi negrito” cuando tú sí eras rucio, salvo los ojos increíblemente morenos y te molestaba más que a mi el impersonal apelativo.
A la quinta piscola cargada, yo sin terminar mi primera copa aunque no preocupada por manejar porque me quedaría contigo como todos los fines de semana de una parte a ésta. Emilio su tercera copa de cabernet sauvignon Doña Ema –gran aporte. El asado lo comimos en la terraza, a pata pelá sobre las cerámicas algo más frías que el ambiente. No sé por qué el sacarse los zapatos en las reuniones introduce un factor de erotismo. Al menos para mi. Muchos cojines. Los platos llenitos, cada cual una bandeja y su copa. Tú ahora pasabas al vino. No tenía por qué ser así pero nos sentamos los tres pegaditos yo al medio por insinuación tuya…”vete por dónde llegaste cariño súbete de nuevo al tren…” Se escuchaba en la 101.3 . Insististe en bailar tomándome posesivo. Bailabas rico para qué decir que no. Me estrechabas sinuosamente metiéndome pierna. Emilio se hacía el loco. Me empezaste a besar y yo, no por pudor, sino porque el pebre te había dejado ese sabor ingrato que tú bien sabías no soportaba y además porque el alcohol había subido hasta la garganta y pujaba por salir, rehuyéndote. Ya me molestaba tener que pasar la noche contigo, que cuando te subes a la pelota eres cosa seria.
Me senté nuevamente y seguimos comiendo. Ahora la conversa giraba respecto al fútbol, tema con que los machos querían descolocarme pero que dominaba. Si Maradona debió o no jugar por la Universidad Católica. De quién debiera ser el reemplazante de Salas como referente. Yo opinaba que Pinilla por lo desfachatado y porque era muy buen mozo y los referentes deben ser desfachatados y buenos mozos. Emilio también podría ser un referente. Tú ya me cargabas un poco con eso de la depre y seguir tomando y molestarte cuando te preparé un café y me mandaste a la mierda. Me paro al baño a hacer pipí y acicalarme un poco, no sé por qué. Cuando retorno estás echado sobre los cojines ocupando mi lugar, roncando. Eran las 23:30 PM.
Te despertamos, pero no puedes contigo. Sigues chupando. Pasaste a un bajativo cabezón que te tumba definitivamente, lo que unido a la tremenda frustración del negocio perdido y de tenerme segura, te hace caer redondito-mejor no lo hicieras.
Era las 1:10 AM cuando entre Emilio y yo te logramos llevar a la cama Box Spring que tantas satisfacciones nos diera. Me dejó solo pa desnudarte y meterte adentro cubierto sólo por una sábana. Primera vez que te desnudo y no me caliento.
Me quedo algo dormida también a tu hediondo lado, tres copas después de una colitis producen su efecto. Retorno a la terraza Emilio y no te encuentro. Sin meter ruido escucho ruido y risas en tu suite. Me acerco, entreabro la puerta y atisbo. Estás semi desnudo chateando parece con algún cyber pinche, bastante buena moza a juzgar por la foto que el MSN despliega en pantalla. En realidad no era una foto: Era tu cam conectada a la de ella. Ambos cuarteándose. No te diste cuenta de mi presencia. La mina se desnudaba al otro lado y tú sobajeabas tu aparato bajando la cam para que te lo viera. Dudé si entrar o salir rajada a mi depto. de Alonso Ovalle. Por cierto no lo hice, qué laya de mina de 30 sería que se arredra ante tamaño desafío. No te sorprendiste. El espejo que mostraba de reflejo la puerta me hizo entender que ya me habías descubierto y seguiste tu parafernalia. – Con quién chateai, Emilio? –Ah, con una minita de Puerto Rico, respondiste. A esa altura, por la situación, por verlo en boxers tan rico como siempre, por las imágenes de la boricua pajeándose para él, me empecé a excitar. – Hace harto calor en tu pieza, afirmo estúpidamente. – Sácate la blusa, respondes. Sin dudar un mínimo instante me la saco, sabiendo el pillín que no llevaba sostén. Mis pechos estaban emocionados, mis pezones también. Me acerco por su espalda y se los restriego en su espalda desnuda y velluda, más velluda que la de mi pololo. Si se puede parar más mis pezones se paran más. Lo cubro con mis brazos. Él sigue chateando, la minita centroamericana, puerto asociado en sociedad, se excita más al ver parte de mi en su pantalla tocándolo. – Ayy, papi, qué tú estás haciendo, jadea desde El Caribe. Yo en Carlos Antúnez, besándote esperando que respondas tú dejándote seducir aunque con remilgos por el partner durmiente. La cuestión es que la weá no pudo detenerse. Te volviste, te levantaste, me trituraste, me levantaste, me toqueteaste burda y exquisitamente, recorriendo con tus manos y boca todo el cuerpo de la polola de tu partner y amigo y me lanzaste violentamente a tu cama. No sé cómo en el trecho que media entre el PC pantalla de cuarzo y tu Box Spring, me habías empelotado te habías empelotado. No tuve nada qué hacer. Tú te encargaste de todo. Fue una noche maravillosa. Una noche estrepitosa. Textualmente me extrajiste todos los jugos del canasto en una vertiente interminable y copiosa. Una delicia. La Corazón tocaba el reggateón: “así que mamita…nadie lo sabrá, nadie lo sabrá.” La boricua hacía rato se había descolgado cuando nos quedamos dormidos. La plácida dormida del placer consumado.
Tipín 10:30 AM del sábado despierto y con hambre por un crujido en la puerta que habíamos cerrado meticulosamente. Sólo recuerdo haber visto tus hermosos y tristes ojos morenos, tus bellos boxers que tan bien te quedaban y que te había regalado hace una semana pa tu cumpleaños y un tremendo signo de interrogación en esos mismos ojos demudados y en los labios.